La emergencia de la plaga llamada “chicharrita del maíz”, que hoy asola el cultivo de la oleaginosa en casi todo el territorio productivo argentino y con evidencia de severas pérdidas, no fue en sí algo del todo inesperado. Sí la magnitud poblacional del insecto que, como se sabe, es vector del spiroplasma causal del achaparramiento de las plantas afectadas y, por lo tanto, de su inutilidad. El sector se encuentra así jaqueado por una epifitia de dimensiones inesperadas.
Para los profesionales del cuidado sanitario de los cultivos era posible un incremento poblacional. El insecto vector de la enfermedad es endémico en varias regiones -especialmente en el NOA-y las condiciones climáticas venían siendo propicias para esa expansión. Tocaba entonces evaluar alternativas de manejo y de control, especialmente a la vista de que no contamos aún en el país con híbridos resistentes ni protocolos para el uso de productos adecuados para el control del insecto.
Se trata de un escenario que plantea al sector un particular desafío. La capacidad de traslado del insecto y sus hábitos reproductivos encuentran ahora, en el escalonamiento de las siembras, uno de los factores que incrementan los riesgos de infección.
Junto a la tarea de la genética y el estudio de productos y métodos de control, las soluciones procedimentales recomendables hacen eje en un desafío común: el sector debe articular ahora consensos que implican acuerdos y conciertos, consciente de voluntades operativas.
El país entero vive actualmente, en distintos aspectos, ese reto que suponen los acuerdos entre partes orientados racionalmente hacia el bien común.