Según la mayoría de los historiadores, la agricultura habría tenido origen hace alrededor de 10 o 12.000 años. En torno de la práctica de los cultivos – granos sobre todo- se han conformado las sociedades humanas. Es la agricultura la que ha domesticado a la humanidad, nos dice Yuval Harari, dando vuelta la noción más difundida de que, al revés, nosotros habríamos domesticado a las plantas que nos sirven principalmente de alimento. Lo cierto es que si bien los cultivos le han exigido al ser humano grandes esfuerzos organizativos, creativos y laborales para desarrollarlos, cosecharlos, almacenarlos y distribuirlos entre los habitantes de las sociedades que se conformaron a su alrededor, la práctica de la agricultura nunca ha dejado de evolucionar.
El homo sapiens fue aprendiendo a cultivar mucho de lo que le serviría para alimentarse, vestirse y protegerse de la intemperie, pero tuvo que satisfacer al mismo tiempo muchas otras necesidades. El nacimiento y el desarrollo de la industria, el transporte y la acumulación de residuos llevaron a la alteración del ambiente que hoy se manifiesta en el cambio climático.
La agricultura y sus modos, por lo tanto, como todas las otras actividades humanas, está obligada a adaptarse a las nuevas condiciones; es decir, está obligada de nuevo a cambiar. Hoy procede en ese sentido.
Los dos desafíos
La evolución de la agricultura ha sido gradual y muy lenta al comienzo y durante miles de años los avances han sido relativamente precarios. Pero en la medida en que la población mundial crecía, las exigencias de una mayor productividad lo hacía en paralelo. Esto ha obligado a conquistar nuevos territorios para sembrar, y a imaginar soluciones para incrementar el rendimiento de las especies cultivables.
El gran salto evolutivo en materia de productividad llegaría recién a mediados del siglo pasado, con la llamada “revolución verde”, caracterizada por un fuerte incremento del uso de nuevas tecnologías aplicadas en maquinaria, mejoramiento genético de las principales especies cultivables, e insumos de síntesis química destinados a la fertilización de los suelos y al combate de plagas, enfermedades y malezas. Eso dio lugar a una agricultura simplificada, más tecnológica y productiva, pero menos sostenible en el tiempo.
Ante las evidencias del cambio climático, desfavorable para la vida en el planeta, producido por el avance de la civilización a partir de la primera revolución industrial, se hizo necesario y urgente revisar todas nuestras prácticas productivas, hábitos de consumo y generación de residuos. Se requería un cambio tecnológico -y también cultural- tendiente a reparar el daño ambiental y evitar seguir produciéndolo, en el que, junto a la sociedad toda, la agricultura también se encuentra comprometida.
Ese compromiso la pone frente a dos desafíos: uno es el de desacoplar sus procedimientos del impacto ambiental negativo que pudieran inducir; el otro, adecuarse para seguir produciendo en condiciones climáticas desfavorables; esto es lo que hoy conocemos como sustentabilidad. Nos encontramos así en una nueva fase de transición, en pleno progreso de lo que se ha dado en llamar “la agricultura del conocimiento”. Una nueva agricultura que capitalice lo mejor de la fase que estamos dejando atrásy el creciente caudal de saber científico y tecnológico del que hoy disponemos.
Buenas prácticas agrícolas. El manejo de la complejidad
Desde la elección del cultivo a emprender según el área geográfica de que se trate y de las características del suelo del lote a implantar o sembrar, hasta la cosecha y posterior utilización industrial o comercialización directa del producto, el manejo agronómico integral del proceso debe regirse según las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA) definidas para cada caso.
Esas BPA van adecuándose a lo que debe hacerse para que el cultivo crezca bien y rinda más, y para un uso inteligente del agua, el cuidado de la calidad de los suelos, la reposición de los nutrientes que las plantas necesitan para desarrollarse y fructificar y el mejor control o aprovechamiento de la biodiversidad en la que el cultivo convive.
La nueva agricultura del conocimiento es necesariamente entonces más compleja que la que estábamos acostumbrados a practicar. Las actuales BPA incluyen aspectos antes no tenidos en cuenta y otros para los que no había suficientes conocimientos para atender o darles adecuada solución.
Un recorrido por los distintos momentos del ciclo completo de un cultivo nos permitirá tener una idea de los componentes de la complejidad implícita en su manejo y de las líneas por donde se va abriendo camino la nueva agricultura, en busca de una relación más productiva, pero a la vez más amigable con la naturaleza descompensada con la que debe interactuar.
El manejo integral de un emprendimiento agrícola supone un proceso integrado en dos pasos o fases. Una primera es la de planificación, que define las bases para la pretendida explotación agrícola del predio; la otra, la fase cíclica de siembra, desarrollo y cosecha que se repetirá en cada campaña, y en la que, como veremos, conviene alternar entre más de una especie de cultivo.
Planificación
Planificar es prever los pasos a seguir según las condiciones generales -las variables- que inciden en la decisión de encarar un cultivo. El propósito es el de garantizar, en la mayor medida posible,la reducción de los riesgos y el éxito del resultado. Entre los riesgos cuentan los biológicos (plagas, enfermedades y malezas), los químicos (contaminación) y los económico-financieros propios del mercado destino y las condiciones de la economía en general. La contaminación química de aguas y suelos y el costo hídrico, logístico y energético son parte de los aspectos a calcular, atenuar, eliminar u optimizar.
¿Están dadas las condiciones de mercado -precios, costos, posibilidades de recupero de la inversión requerida, etc.- para cultivar esta especie y no alguna otra, o quizá ninguna en esta oportunidad? ¿Es apta el área geográfica donde está situado mi terreno para el desarrollo exitoso de la especie que pretendo cultivar? ¿Tengo todo lo que necesito para manejar exitosamente los riesgos y las condiciones favorables que se me presentan, dadas las oportunidades de mercado y las características del área o ecosistema en que me propongo invertir esfuerzo y recursos técnicos y dinerarios? ¿Cómo garantizo repetir hacia adelante la iniciativa productiva que pongo en marcha?
Más allá de lo minuciosa que fuere la planificación previa, la agricultura se enfrentará siempre a variables previsibles, pero ingobernables. Entre estas está la del clima, sujeto a avatares cada vez más inciertos dado el desajuste ambiental -lo que llamamos cambio climático- que todos de algún modo padecemos y al que la agricultura especialmente está expuesta. El agricultor y sus asesores profesionales deben estar siempre atentos para, de ser posible, reaccionar en consecuencia. Ya lo dijimos, la agricultura de hoy es más compleja. Y por eso es que se ha acelerado la creación de herramientas que ayudan a conocer, medir, calcular, prever y tomar decisiones.
La planificación entonces es la primera fase a encarar y mucho de lo que se resuelva en esta instancia servirá para sucesivas campañas.
Mucho de la complejidad de la agricultura de hoy proviene de haber entendido mejor la relación entre planta y ambiente para desarrollar todo su potencial genético; lo que le pasa a la planta adentro en cuanto organismo vivo y lo mejor o peor que pueda pasarle creciendo en ese lote que hemos elegido. El sol, el aire y el agua arriba; y abajo, el suelo, el agua, los nutrientes. Hoy, además, se sabe- y por eso se estudia- el importante papel que juegan otros microorganismos vivos -bacterias- en la dinámica nutricional que se activa entre las raíces y su propio ambiente.
El ecosistema
El contexto en el que está situado el lote a sembrar es lo primero que debe tenerse en cuenta. No ya el lote mismo, sino toda el área geoecológica, con sus características naturales, su biodiversidad e incluso los lotes cultivados vecinos. Más allá de la delimitación de una propiedad privada, el suelo debe ser considerado como un bien común a cuidar, así como el agua entre los componentes primarios o servicios de la naturaleza. Se denomina ecosistema o agroecosistema al área geoecológica a ser intervenida por la actividad humana productiva.
En la evaluación de riesgos y factibilidad importa tener en cuenta el clima propio de la zona; la disponibilidad de agua -tanto superficial como profunda- y la mayor o menor facilidad para su acceso y deriva; la eventual presencia de plagas, enfermedades y malezas endémicas del área en cuestión; la topografía del terreno (si se trata de un campo en declive o llano), si deben crearse barreras para impedir que el viento erosione el suelo o voltee las plantas en pleno desarrollo; si en la biodiversidad del área existen aliados naturales beneficiosos además de los organismos que resultan dañinos y, por supuesto, la composición del suelo del lote, su estructura y los nutrientes que naturalmente preexisten en esa determinada localización.
Una vez precisado el escenario, toca finalmente definir el diseño de plantación. Dispuesto según la topografía del terreno y de su tratamiento previo, el más apropiado trazo de los surcos o hileras de plantas resultará principalmente de cómo convenga administrar la provisión de agua, conducir la escorrentía -especialmente en los casos de zonas lluviosas y con pendientes- o facilitar su aprovechamiento si se trata de un cultivo a hidratar mediante de riego artificial. Otro factor a tener en cuenta para el diseño es el del uso de maquinaria para podar (como en el caso de los cítricos), pulverizar, fertilizar o cosechar. Para tales actividades es necesario prever el espacio para el tránsito de esa maquinaria.
Entre las herramientas útiles para la toma de decisiones preliminares constan las imágenes satelitales que retratan el “índice verde” del área a implantar o sembrar. Se trata de un relevamiento que indica la fertilidad del terreno. El avance de lo que se llama “agricultura de precisión” tiende a desplazar con datos objetivos las “sensaciones” o “intuiciones” derivadas del conocimiento práctico, exclusivamente basado en experiencias anteriores. El cambio climático es hasta aquí un fenómeno progresivo y, a pesar del valor de ese conocimiento propio del productor experimentado, lo mejor es contar con herramientas para medir y calcular antes de decidir.
El ciclo de un cultivo
Una vez concluida la planificación tocará comenzar con la tarea más específicamente “agrícola”, es decir, la que cabe atender desde la plantación a la cosecha.
Plantación o siembra
La plantación o siembra es un momento clave del que dependerá el mayor o menor éxito del emprendimiento y de lo cuidadoso que haya sido el productor en los momentos previos.
Dependerá del tipo de cultivo si hablamos de siembra o de plantación. De plantación en el caso de cultivos (caña de azúcar, cítricos, frutillas, por ejemplo), para cuya instalación en el terreno previamente acondicionado se utilizan plantines, es decir plantas jóvenes en incipiente crecimiento, especialmente criadas en invernaderos. Y hablaremos de siembra cuando se utilizan semillas botánicas (soja, trigo, maíz, legumbres, etc.) . En ambos casos se requiere de cuidadosos recaudos para asegurar su calidad, identidad genética, estabilidad, sanidad y poder germinativo. El aporte científico es en este caso muy relevante.
Mucho de la complejidad de la agricultura de hoy proviene de haber entendido mejor la relación entre planta y ambiente para desarrollar todo su potencial genético; lo que le pasa a la planta adentro en cuanto organismo vivo y lo mejor o peor que pueda pasarle creciendo en ese lote que hemos elegido. El sol, el aire y el agua arriba; y abajo, el suelo, el agua, los nutrientes. Hoy, además, se sabe- y por eso se estudia- el importante papel que juegan otros microorganismos vivos -bacterias- en la dinámica nutricional que se activa entre las raíces y su propio ambiente.
Antes de sembrar
La plantación o siembra exitosa debe ser precedida, como dijimos, por el diseño más adecuado para la disposición de las plantas y el tratamiento del terreno. Otro de estos recaudos previos es el de la fertilización. Se trata de la agregación al suelo de los nutrientes necesarios para el impulso inicial de crecimiento que pudieran faltar en una determinada localización o que se requiera suplementar de acuerdo a las necesidades de laespecie a cultivar. El nitrógeno es uno de los componente del suelo que normalmente se suplementa. Para algunas especies, como la caña de azúcar, por ejemplo, será necesario realizar nuevos procedimientos de fertilización durante el desarrollo del cultivo. En estos casos se habla de “fertilización foliar”, ya que lo que se logra es que la planta siga absorbiendo nutrientes a través de las hojas, complementando lo que seguirá haciendo a través de sus raíces.De ahí que sea tan importante el análisis preliminar de la estructura y la composición del suelo del lote a sembrar; para saber si es apto, qué es lo que tiene o le falta de lo que la planta necesita y cuán posible le será desarrollar suficientemente sus raíces.
Mejores prácticas, genética y bioinsumos
En camino hacia una agricultura más sustentable, es decir, de productividad más sostenible en el tiempo, se ha visto necesario incorporar nuevas prácticas de cultivo a las buenas que ya se ejecutaban. En este punto cabe mencionar algunas orientadas al cuidado del suelo, la reposición de nutrientes, la utilización de productos auxiliares de origen orgánico y la mejora genética de los cultivares utilizados en la producción.
Entre las más tradicionales a sostener está la de la rotación de cultivos, algo directamente vinculado tanto a la protección del suelo como a la reposición de nutrientes. Rotar, por ejemplo, en el mismo terreno, el cultivo de soja y el de maíz permite dejar los residuos de cosecha de este último como una capa orgánica de protección del suelo (rastrojo o barbecho) y a la vez, por sus características biológicas, el maíz se ocupará de devolver a ese suelo mucho del nitrógeno que la soja consume. Hoy resulta crucial asegurarse de que los nutrientes que las plantas utilizan y se llevan sean repuestos.
La siembra directa ha sido, junto con la creación de variedades resistentes a herbicidas y a insectos, uno de los logros más disruptivos de fines del siglo pasado. Esta modalidad, utilizada mayormente en el cultivo de granos como la soja o el trigo, permite conservar la protección del rastrojo sin alterar la calidad de la siembra. Para la protección y reparación de los suelos puestos a descansar se utilizan cultivos no destinados a cosechar, llamados por eso cultivos de servicio.
La producción de los llamados bioinsumos se ha transformado en una actividad científica y comercial de gran desarrollo. Su objetivo es sustituir gradualmente los productos de síntesis química logrando los mismos efectos a partir de recursos puramente orgánicos. En este punto cabe mencionar, por ejemplo, los biofertilizantes tendientes a reemplazar la urea para la agregación de nitrógeno que, aunque resulta beneficiosa para el crecimiento vegetal, deja residuos químicos no degradables que terminan contaminando el suelo. El desarrollo de estos bioproductos -posibles hoy gracias al avance del conocimiento de los mecanismos bioquímicos internos de las plantas- también es útil para estimular el crecimiento y promover respuestas naturales defensivas frente a sequías, patógenos y plagas.
El otro camino para la obtención de cultivos adaptables a las condiciones variables del contexto, mayor resistencia y rendimiento, es el del mejoramiento genético de las especies cultivables, otro de los caminos hacia una nueva agricultura, en pujante desarrollo desde fines de 1990. Se trata de una actividad sustantiva, destino de enormes inversiones para la investigación, en campo y en laboratorios, de desarrollos que permitan obtener simientes resistentes a sequía, enfermedades, insectos plaga, cultivos extensivos homogéneos y de suficiente robustez estructural, alto rendimiento por hectárea y otros atributos que contribuyan a la seguridad agroalimentaria.
Herramientas y territorios del conocimiento. Agricultura digital, sensores climáticos, maquinaria y sistemas de riego “inteligentes”; algoritmos y modelos matemáticos para el manejo de datos y toma de decisiones; aprovechamiento energético de productos y residuos de cosecha; biotecnologías, ingeniería molecular, nanotecnología, química, física, biología, bioquímica, fisiología vegetal, edafología, microbiología, climatología, hidrología, informática, estadísticas, administración, bioeconomía y otros etcéteras.
Manejo del desarrollo del cultivo
Todo emprendimiento agrícola requiere atención permanente. Se trata de acompañar el desarrollo del cultivo para su mejor rendimiento y resistencia a factores climáticos y biológicos. Entre los factores biológicos se encuentran las enfermedades causadas por hongos, virus y bacterias; y entre los climáticos (o no biológicos, conocidos como abióticos) la temperatura, los vientos y por supuesto el agua: su origen, su calidad, su falta o exceso y su administración.
Estos factores, que de un modo general se supone han sido tenidos en cuenta en la fase de planificación y evaluación de riesgos, exigen un continuo monitoreo de los lotes en producción. Y deben tenerse en cuenta aquellas variables no manejables voluntariamente, entre las que se encuentran no solo las previamente identificadas como de ocurrencia posible -como las heladas regulares en algunas geografías- sino las excepcionales, como los períodos imprevistos de sequía, o al revés, de excesos de agua en algunas regiones, desde lluvias intensas pasajeras hasta inundaciones,la irrupción en el territorio de alguna plaga, maleza o patógenos nuevos, o alguno de estos agentes ya conocidos que manifieste resistencia a los métodos de control habitualmente utilizados.
En auxilio de esta tarea de atención y toma constante de decisiones según los casos, han venido desarrollándose conocimientos científicos y herramientas tecnológicas aptas para distintas funcionalidades; recursos atentos al nuevo enfoque, sostenible, de la “agricultura del conocimiento”.
Cosecha y poscosecha
Llegado el punto justo de maduración del cultivo toca cosechar, es decir, recolectar el producto y acondicionarlo para su almacenamiento y posterior comercialización o procesamiento industrial. Es el último eslabón de la cadena propiamente agrícola y el inicio de otro ciclo del producto hacia su destino final.
Esa recolección puede ser manual, como sucede en general para las frutas y hortalizas; o mecánica, como en el caso de granos especialmente, algodón o caña de azúcar. Para estos procedimientos es necesario contar con personal especializado o maquinaria adecuada, y haber previsto la logística implicada en la cosecha y el traslado del producto. El cuidado de la calidad del producto, su integridad y salubridad es vital para la culminación exitosa del ciclo y requiere el estricto cumplimiento de los procedimientos indicados para cada tipo de cultivo en especial.
Mucho de la complejidad de la agricultura de hoy proviene de haber entendido mejor la relación entre planta y ambiente para desarrollar todo su potencial genético; lo que le pasa a la planta adentro en cuanto organismo vivo y lo mejor o peor que pueda pasarle creciendo en ese lote que hemos elegido. El sol, el aire y el agua arriba; y abajo, el suelo, el agua, los nutrientes. Hoy, además, se sabe- y por eso se estudia- el importante papel que juegan otros microorganismos vivos -bacterias- en la dinámica nutricional que se activa entre las raíces y su propio ambiente.
En la mira