Entre las fotos antiguas enmarcadas en el recoleto edificio central de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres hay una del 16 de noviembre 1913 que captura la visita a la institución tucumana del ex presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt (1858-1919).
Con sus anteojos y característicos bigotes, se lo ve conversando con sus anfitriones locales en uno de los patios con galerías de la sede de la Estación en El Colmenar, donde la entonces Estación Experimental Agrícola (EEAT) funcionaba desde la fundación ocurrida unos años antes, el 27 de julio de 1909.
Roosevelt, que había sido presidente durante dos períodos consecutivos en su país (1901-1909), contaba entonces con 55 años de edad y se hallaba de visita desde el 4 de noviembre en nuestro país, donde había despertado gran interés entre las autoridades y la gente común.
En Buenos Aires, el ex mandatario fue agasajado por las autoridades encabezadas por el presidente Roque Sáenz Peña, y sus pasos atentamente seguidos por la prensa y el público a través de reuniones, desfiles y visitas a sitios como el Teatro Colón, la Facultad de Medicina, el Hipódromo y el Zoológico.
Aventurero, obstinado y curioso, Roosevelt –cuyo rostro sería unos años más tarde esculpido a gran escala y en granito en el famoso Monte Rushmore de Dakota del Sur, junto a los de los también presidentes estadounidenses Abraham Lincoln, Thomas Jefferson y George Washington-, acometió además una gira que lo llevó por Rosario, Bariloche, partes de Chile y Tucumán, entre otros puntos.
Premiado con el Nobel de la Paz en 1906 por contribuir a poner fin a la guerra entre Rusia y Japón y mediar en otros conflictos internacionales, Roosevelt evocaría años después su paso por Tucumán en unas crónicas de viaje con su firma (fue escritor de abundantes textos, entre ellos una autobiografía, una historia de guerra naval y libros sobre ganadería, vida silvestre e investigaciones científicas).
Entre otras fotografías de Roosevelt por tierra tucumana, unas lo retratan en la Casa Histórica de Tucumán, en la Casa de Gobierno y en un automóvil descapotado, yendo desde la estación de trenes hacia el centro tucumano; en otra se ve a Edith Kermit Carow, segunda esposa del ex mandatario y madre de los cinco hijos del matrimonio.
En esas crónicas, parte de ellas publicadas en 1914 por el diario La Gaceta e incluidas, ya en este siglo XXI, en una antología de textos titulada Miradas sobre Tucumán y publicada en 2006 por la Fundación Miguel Lillo, el estadounidense escribió: “Al día siguiente llegamos a Tucumán. El país que atravesamos en las primeras horas de la mañana era seco y parecido al oeste de Nebraska y este de Wyoming. Gradualmente la tierra aparecía más fértil y el clima más húmedo”.
“El paisaje –apuntaba- se asemejaba algo al de Louisiana. Estábamos ya en la región subtropical, donde crece la caña de azúcar. La ciudad de Tucumán, propiamente dicha, contiene unos cien mil habitantes y la encontramos deliciosa, con su peculiar aspecto pintorescamente colonial, pero sin la desventaja de la mayoría de esas ciudades del Viejo Mundo, tan poco deseables por todos los turistas, a excepción de aquellos a quienes el sentimentalismo se les sobrepone al bullicio”.
Decía también el huésped que “Tucumán es limpio y administrado sobre los más sólidos principios higiénicos modernos. Tiene un buen hotel como en todas estas ciudades sudamericanas. Los que encabezan la vida industrial de la comuna forman una sociedad culta y pulida, que es un placer frecuentarla”.
El historiador tucumano Carlos Páez de la Torre, recientemente fallecido, escribió en un artículo sobre la presencia de Roosevelt en la provincia que “por esa época, ya de la Casa Histórica solamente quedaba en pie el Salón de la Jura, dentro de un templete de estilo neoclásico. Sin nombrar a Lola Mora, su autora, Roosevelt destaca los ‘hermosos relieves en grandes placas de bronce de la entrada, que rememoran el 25 de mayo y el 9 de julio. Los bronces son obra de una escultora argentina’”, dice.
En cuanto al paisaje, escribe que “la escarpada montaña se alza de los campos de caña a pocas millas de la ciudad. Esta luce una rica vegetación semitropical, y sus casas de paredes gruesas y bajas, con sus patios rodeados de galerías son frescas y agradables. Siempre es un placer ver, en estas ciudades sudamericanas, que se conserva el estilo colonial de las casa, pues, igual que nosotros cuando la prosperidad cunde, desarrollan una tendencia a adoptar toda clase de arquitecturas, alguna con exceso de ornamentación, sin relación a la historia local y sus necesidades”.